Llevo
demasiado tiempo con mi tesis doctoral, tanto que ha llegado el momento de
cerrarla. No solo porque en algún lado hay que cortar, también porque la propia
universidad nos dice que ya es hora. Así que ando entre legajos y libros,
corrigiendo estilo, ampliando los últimos datos, contrastando los individuos,
concluyendo las familias y cerrando los capítulos económicos y sociales que
describirán el Cádiz medieval.
Y
ahora llega el mayor problema. Toda tesis nace de una hipótesis en la que basas
tu estudio. En mí caso, debido al gran desconocimiento sobre la época tenía
como colofón demostrar las diferencias y similitudes entre el Cádiz medieval y
el primer siglo del Cádiz americano. El
problema es que, cuando la investigación llega a su fin, ves que esta hipótesis
no se puede defender, y que son los mismos individuos, las mismas familias, las
que controlan la ciudad. Y que, excepto algunos hábitos cortados de raíz por la
Corona (la piratería), se mantendrán los mismo usos mercantiles y económicos.
Por
eso, me encuentro en el momento crucial de la tesis. Ese en el que –mientras continuo
corrigiendo los capítulos ya finalizados para enviárselos a mis directores-
comienzo el capítulo conclusivo. Ese en el que te juegas todo. En el que,
después de haber ido desgranando datos, citas, referencias archivísticas,… por
más de 300 páginas, toca dejar tu propia opinión. Establecer los resultados de
una investigación que, en mi caso, comenzó en 2007, y que no podrá ser
completamente recogida en la tesis. Así que puede que estos días ande irascible,
despistados, cabizbajo, callado y hasta molesto con el mundo; pero es que
ahora, es el momento en el que juego a una carta mis últimos siete años de
vida.
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