Me gusta el verano. En este tiempo, mi propio tiempo, cambia. Paso horas sentado a la sombra de los pinos, como María del Monte en el Camino, leyendo y releyendo nuevas y viejas letras. Disfrutando de uno de los mayores placeres que el hombre puede tener: leer. Pero también escribir: Lanza y Oro ya ha llegado a su fin, pero ahora otras historias comienzan a cobrar fuerzas.
Historias pasadas que se retoman, historias que habían quedado paradas y que vuelven ahora a primera fila para completar lo que se empezó. Retomar viejos amigos (¡Jorge, que te echaba de menos!) para redondear su vida y milagros.
Pero también tiempo de cerrar periodos, de seguir trabajando en la tesis para llevarla hasta su final después de tantos años. Años de trabajo ininterrumpido; lento y pausado en muchas ocasiones. Pero tiempo gastado en bucear en nuestro pasado para conocer un Cádiz desconocido y poner rostro a hombres sin nombre.
Eso es lo que queda por delante. Un verano de cambios y transición vital, en la que sólo un aspecto quedará imperturbable: el olor de los libros al abrirse por primera vez.
Pero también tiempo de cerrar periodos, de seguir trabajando en la tesis para llevarla hasta su final después de tantos años. Años de trabajo ininterrumpido; lento y pausado en muchas ocasiones. Pero tiempo gastado en bucear en nuestro pasado para conocer un Cádiz desconocido y poner rostro a hombres sin nombre.
Eso es lo que queda por delante. Un verano de cambios y transición vital, en la que sólo un aspecto quedará imperturbable: el olor de los libros al abrirse por primera vez.
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