El atentado de Bostón ha dado mucho que hablar estos días.
Desde aquellos que recordaban las nefastas consecuencia del 11-S a los que
hablaban de las teorías conspiratorias que tanto juego dan en Estados Unidos
desde la explosión del Maine. Y, por supuesto, todos los que alzaban la voz
diciendo que esto ocurre en Irak todos los días multiplicado por diez. Y es
cierto. En Irak, en Siria, en Pakistan, y en otros muchos lugares se producen
atentados a diario. Igual que muchos niños mueren en África a causa de las
guerras pero, aún así, hay diferencia.
Una diferencia que no radica en que la vida de un
estadounidense valga más que la de un irakí –ninguna vida vale más que otra-;
sino por la excepcionalidad del hecho. Irak sufre una guerra religiosa desde
hace años, desde antes de que las tropas aliadas entrasen para terminar con
Sadam. Mientras que en Estados Unidos, los atentados terroristas son
absolutamente inusuales. Es más, pocas veces ha sufrido ataques contra la
nación –todo ataque terrorista, aún realizado desde dentro, lo es-.
Pensemos en España: hasta hace poco tiempo los atentados terroristas no
ocupaban las portadas de más periódicos que los españoles y, quizá alguna
página interior en los extranjeros. Sin embargo, si mañana ETA volviese a atentar,
abriría los telediarios de medio mundo: la excepcionalidad es la noticia. Lo
cotidiano, lo habitual, no lo es. Desgraciadamente nos hemos acostumbrado a la
muerte de miles de personas al día en guerras, atentados, luchas civiles,
hambre… pero eso no es noticia. La noticia proviene de la situación vivida en
un lugar que se considera a salvo de estos actos, así como de que se ha
producido en el país que, nos guste o no, ejercer de guardián del mundo. Y las
consecuencias nos afectarán a todos. Tras el 11-S, además de la guerra de Irak,
se produjo un recorte en las libertades personales de todos los habitantes del
“mundo occidental”: restricciones en los vuelos, aumento de la seguridad
interna; endurecimiento de las leyes; en algunos lugares incluso toques de queda
y restricciones de movimiento. Ahora, tras la psicosis que se ha vivido en
Bostón y de haber podido ver en directo el despliegue policial para capturar a Dzhokhar
Tsarnaev, el menor de los dos terroristas, queda ver que repercusiones tendrá
en nuestro día a día.
Los extremismos estadounidenses, que llevan a que se
defienda que la posesión de armas en cada hogar sea la mejor manera de
defenderse de los tiroteos indiscriminados en las escuelas, es el principal
problema. Más allá de teorías conspiratorias que sitúan al propio gobierno
detrás de los atentados, la realidad es que recuerda a la población que no
están a salvo de un nuevo 11-S. Y eso, en un sociedad belicosa como la de
Estados Unidos, puede ser un problema. Obama no parece mostrar el entusiasmo de
anteriores presidentes por acudir a la guerra –aunque sus tropas sigan
presentes en los cinco continentes-; pero ante la escalada verbal en Corea
cualquier cosa es posible. Y casi debemos dar gracias porque los terroristas,
viviendo legalmente en Estados Unidos, no debemos olvidarlo, no provienen de
esa zona del mundo, pues seguramente hubiese sido considerado declaración de
guerra.
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