Aún es pronto para saber que
deparará el futuro a la Iglesia bajo el pontificado de Francisco I pero, que
quieren que les diga, como jesuítico confeso, estoy contento. Feliz porque hay
muchas corrientes retrogradas en la Iglesia, y porque la Compañía de Jesús
siempre ha estado a la cabeza de los avances eclesiásticos. Fueron ellos los
que, llegados a América, mantuvieron vivas las culturas indígenas frente a la opresión
de los esclavistas, fueron ellos los que aprendieron guaraní para, en el
Paraguay, defender a capa y espada –siempre fueron soldados de Cristo- a los
indios y su cultura.
Segundo por los gestos: la cruz
al cuello que deja al lado el oro para hablarnos de una vuelta al espíritu evangélico;
el inclinarse ante su pueblo, símbolo de servicio y no de mando, pues en contra
de lo que se dice el papa sirve a la Iglesia y no la Iglesia al papa; tercero porque
es una de las cabezas que ha trabajado el Año de la Fe, tan importante para
nuestra Iglesia; y también de sobre la familia.
Importante también su origen: humilde e hispanoamericano. Ha vivido dictaduras y es hijo de trabajadores; sin duda eso debe marcar su pontificado.
Y, finalmente, es jesuita: los
soldados de Cristo tienen por fin su lugar al frente visible de la Iglesia.
Aquellos que hemos crecido en la fe bajo el manto ejemplificador de los
jesuitas –en mi caso el P. Carretero- sabemos que conlleva eso. Aquellos que
han visto trabajar a los jesuitas en cualquier lugar del mundo también lo
saben.
Que San Francisco Javier le
proteja en su camino y le acompañe en este servicio.
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