Sentados en torno
al fuego escucharon la historia del Hernán, señor de la isla de los gatos y
conquistador del Perú junto a Pizarro. La carne pasaba de mano en mano para
acabar en la boca de Fat, que mostraba una chorreante sonrisa en su engrasado
rostro.
-Busqué El Dorado
demasiado, y allí dónde fui hice lo que ví. Use taparrabo y cerbatana con los
indios guaranies, cabalgué al norte y crucé grandes ríos y ví pueblos que no
sabían que existía. Pasé años de mi existencia buscando un elixir que me
permitise vivir eternamente. Y, de paso, encontrar riquezas suficientes para
poder vivirla. Pero conseguí lo contrario –dijo tristemente el sonriente rey de
la isla- y perdí tiempo y riquezas. Dejé atrás a las personas que quería; perdí
amistades y a amores. Todo menos la libertad… hasta que llegué a esta isla.
-Que buena está
este vino de serpiente –dijo Borought dando un manotazo en la mesa e
interrumpiendo a Hernán.
El rey de la isla
lo miró, iracundo y enrabietado, cuando los hombres comenzarón a darle la razón
al segundo de La Marabunta. Más aún cuando, sin previo aviso, todos rompieron a
reír a notar, por primera vez desde que comenzase a hablar el gatuno monarca,
que Mamonuth estaba tocando la lira. Pero, en aquel preciso instante, rasgó las
cuerdas y la tensión se mascó como Fat hacía con un tendón de cabra.
-Capitán –Vasques
se había acercado sigilosamente-, deberiámos irnos. Fijaós bien: no es quien
dice ser.
-Y, entonces,
¿quién es? –preguntó inocente- Ya nos ha dicho que es el nieto del nieto del
conquistador….
-Y ahora nos dice
que es el propio conquistador.
-Está crazy- dijo
sir Charles – I can verlo in his ojos.
-Así es, es un loco
visionario –repusó Corba –solo hay que ver como ha protegido a estos
maltratados animalitos. Y el sistema hidraúlico empleado para traer el agua
hasta este rincón.
-¿El qué?....
Bueno, que no… Hernán, diselo tú –concluyó el capitán -¿Estás o no estás loco?
-To be o no to be…
-Loco… no creo, no…
soy un hombre sabio que ha vivido mucho, pero no un loco.
-¡Como una cabra!
¡Huid! ¡Os hará daño! –todos se voltearon, buscando el origen de la voz de la
Rubia, que como una bruja escondía su blanquecina tez entre las verdes hojas
del bosque.
Los gatos saltaron
de sus tranquilos rincones y los ronroneos se convirtieron en gruñidos. Las
caricias pasaron a arañazos y los marinos de La Marabunta se desperdigaron por
la selva. Las risas de Hernán acompañaron a los gritos de los marinos y los
maullidos de los gatos.
Fat corrió lo que
pudo, blasfemando por hacer ejercicio tras haberse comido una cabra, protegido
por D’Orange y sir Charles. Corrián despacio, a trompicones entre las ramas y
raices, sin hablar, con el oído presto a cualquier ruido. Pero el ruído que
llegó a sus orejas no era el esperado. Tan inesperado fue que, sin pretenderlo,
detuvieron su huída para ser cazados por los gatos.
-¡Oh my God! –dijo sir
Charles.
-Oh, mon Dieu!-
susurró D’Orange.
-Aju con Dios mío-
concluyó Fat- ¿eso son espadas en lid?.... Algo es algo, habrá batalla.
Y reinició la
marcha de vuelta al trono del señor de los Gatos.
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