He estado parado. Una semana escondido
y agazapado cual gordo intentando pasar desapercibido en una convención de
endocrinos. Pero ya estoy de vuelta, retomamos el blog y mañana vuelve el
relato “La luz”, el jueves Dios dirá y el fin de semana vete a saber, que
andaré recorriendo esos tiempos del hombre para dar un salto estratosférico y
plantarme de un tirón en el siglo XIII, eso sí, con algunos –muchos-
infiltrados de la II Guerra Mundial. Ya saben, una de mis pasiones es la
historia y a través de la recreación he podido cumplir el sueño de todo
historiador: vivir como vivieron aquellos a los que hoy estudio; participar en
batallas épicas que cambiaron el signo de los tiempos como las Navas de Tolosa;
correr junto a mi rey para entrar en batalla; o sentarme al calor del fuego
para escuchar historias y comer carne asada o gachas (Dios nos libre de volver
a ellas).
Ni Aragón, ni Cataluña, ni Valencia son entidades anteriores a la Edad Media. Hasta 1163, con Alfonso II, no se distinguirá entre reino y corona de Aragón. En la Corona tendrán cabida todos los reinos, condados y señoríos que guardan algún tipo de dependencia con el rey aragonés. Esta existencia de diversas entidades autónomas en muchos aspectos, solo es entendible desde la expansión territorial a costa de los reinos musulmanes del sur. En esa expansión los nobles irán recibiendo tierras y beneficios. Expansión que acabará chocando con la realizada por el condado catalán. Con respecto a Cataluña, entrará a formar parte de la corona después del casamiento de Petronila (hija de Ramiro II de Aragón) con Ramón Berenguer IV, conde de Cataluña, quien, a pesar de ejercer como tal, no toma el título real. Durante el siglo XIII la Corona de Aragón continúa con su política expansionista hacía el norte, pero tras el Tratado de Almizrad de 1244 y la derrota de Pedro el Católico en Muret,
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