-El tiempo transcurre
inexorablemente para todos y todos- decía el inspector Márquez a sus alumnos de
criminología- Y cuanto más tiempo pase, más difícil será encontrar la solución
a algunos enigmas. Cuando comencéis a trabajar en las comisarias os
encontraréis casos que jamás podréis cerrar, serán esos los que os acompañen
siempre. O, al menos, eso es lo que me ocurre a mí. Voy a poneros un ejemplo
práctico, esa será la actividad evaluadora este año.
Comenzó a repartir los folios con
paso cansino, el tiempo también había pasado en él y hacía mucho que el peno
cano había dejado paso a la calvicie, las arrugas surcaban su rostro y se
cansaba con el exceso de ejercicio. E incluso repartir aquellos folios le
resultaba una carga pesada. Llevaba dando clases cinco años en la Academia de
la Policía Nacional, desde que pasó a segunda actividad. Y, por primera vez,
había decidido compartir con sus alumnos aquella historia que aún le mantenía
despierto y que nunca, ni siquiera ahora casi 10 años después, estaba cerrada
del todo. Ahora eran otros quienes estaban al frente de la investigación, entre
ellos Navarro, que había pasado gran parte de su carrera en Cádiz y que había terminado
especializarse en casos complicados como aquel.
-Ocurrió hace casi 10 años –comenzó
Márquez mientras los estudiantes leían el informe-, la chica, Elene, iba de
regreso a su casa en compañía de su hermana, pero poco antes de llegar
desapareció. El informe indica que fue secuestrada en el callejón de acceso a
la sacristía de una Iglesia, pero nunca se encontró rastro de la niña. Sólo
hubo una llamada de secuestro, de un grupo terrorista internacional e islámico que
pedía la liberación de uno de sus miembros, que había atentado contra el rey.
Pero solo hubo cinco contactos y nunca se le dio demasiada importancia. Quizá
esa vía no fuera estudiada con profundidad, pero sigo pensando que no erramos y
que nada tenían que ver –miró a sus alumnos, que le seguían con los ojos fijos
en el y los expedientes abiertos sobre las palas de las sillas-. Inicialmente
se pensó que era una niña más, pero pronto se descubrió que era hija de un
importante empresario gaditano, que se había casado en secreto con su novia,
manteniendo el embuste demasiado tiempo. Solo dos personas sabían que esto
había ocurrido: un amigo del novio, fallecido durante un viaje de placer
durante los mismos días de la desaparición de Elena; y un sacerdote, el padre
Helmuth –el murmullo recorrió la sala-, que como bien sabéis hoy es el Cardenal
Helmuth y suena como papable. Pero entonces aún estaba comenzando su carrera.
Aquí hay otro dato importante: el cardenal estaba aquellos días en España y –hizo
una pausa que llamó la atención de los alumnos del fondo- el día de la
desaparición de Elena estaba en la ciudad, y en la iglesia junto a la que
despareció. Pero aún hay más –concluyó acallando las voces del aula-. Esa
Iglesia guarda una extraña relación con un mafioso italiano, Pietro, que yace
enterrado en ella desde poco tiempo después de la desaparición de la chica.
-Recuerdo el caso –dijo una joven
estudiante desde la primera fila-. Cada cierto tiempo sale en la prensa y hace
un par de años hicieron una película. En ella especulaban con que la niña había
sido usada –un gesto de asco apareció su rostro- por el cura. Se decía que
había estado involucrado en casos de pederastia en Alemania, aunque nunca se
pudo probar, y que esta chica, Elena, fue otra de sus víctimas.
-Nunca se pudo probar, de hecho,
nunca hubo nada que nos permitiese abrir esa línea de investigación.
-También se dijo –continúo un
joven pelirrojo sentado a la izquierda del aula- que el mafioso tenía algo que
ver con la madre de la chica y que por eso tenía esa vinculación con la zona.
-Eso es completamente falso.
Después de la desaparición Jaime y Elena hicieron pública su relación y se
marcharon con su otra hija a Londres. Aún residen allí.
-¿Y la vía terrorista? –dijo un
tercero- Se cerró demasiado rápido.
-Es posible –concluyó Márquez
mirando su reloj-. La clase ha terminado por hoy. La semana que viene pondremos
en común lo que habéis descubierto. ¿Seréis capaces de resolver este caso?
Dejó el aula, cerrando la puerta
tras de sí y caminando renqueante hasta su despacho. Antes de morir, y para eso
no quedaba mucho, deseaba saber que había sido de Elena. “Se lo debo”, pensó.
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