El conde de
Montesimios comenzó a reír con aquella risa clara y amigable que tan pocos le
que conocía.
-¡Serás
Cabrón!- dijo
-No, ese es
otro y ya está muerto –repuso Fat -. Y él te habría matado para recuperar su
barco, yo solo te invito a comer.
-De acuerdo,
está bien. Veamos quien come más – se acarició la barriga y se acercó a la mesa
que ya preparaban Mutambo y D’Orange.
-Perfecto,
perfecto… voy a llamar a mi campeón –el capitán Fat, barrió la cubierta con la
mirada y gritó: “Tú”.
-Yo.
-No, no,
seno…
-¿Este?
-senoooo
Hammer
siguió señalando a la marinería, esperando que alguno de ellos fuera aquel que
su capitán solicitaba. Pero Fat no dejaba de negar y decir aquel “ese no”
pronunciado al rápido ritmo gaditano.
-¿No os
atrevéis a competir contra mí en una carrera contra la carne de la cabra?-
preguntó Jappy.
-Estoy
herido –dijo el capitán- ¡Mira! –levantó el dedo meñique de la mano izquierda –Ves,
tengo sangre –apretó el dedo con el pulgar mientras Jappy comenzaba a
enfadarse. Finalmente salió una gota de sangre- ¿y si al meter la mano en la
comida me enveneno, cojo fiebres y me muero? No, gracias, prefiero vivir aunque
sea sin barco.
-Bicho malo
nunca muere, capitán- dijo Hammer.
-Lo que no
manta engorda, Fat, y está claro que tu eres inmortal- Ahora era Mamonuth quien
entraba en la conversación.
-Para
envenenarte haría falta veneno suficiente para acabar con un cachalote, y aun
así… - gritó Nutria, aún subido en el carajo.
-¡Callaos!-
gritó el capitán desesperado por la malicia de los suyos- Ese, ese.. el Seno… -dijo
al fin mirando a un joven delgado, musculo, atlético, vigoroso, bienparecido y
hasta sonriente. Un adonis en un barco cargado de escoria -¿lo aceptáis?
-Por
supuesto- dijo Montesimios – Nada tiene que hacer contra mí. ¡Comamos pues!
Y comieron:
una cabra rehogada en miel, carnero al vino especiado, cochinillo al pilpil, bacalao
en salsa de titi, ron añejo, zumo de zarzaparrilla, sopa de legumbres y
codillo, ratilla a la vizcaína y, finalmente, comenzaron con el último plato:
costillar de buey asado por Marco Antonio. Jappy se chupó los dedos y saturado,
se dejó caer sobre la cubierta esperando que Senos terminase su plato.
-Listo- dijo
jovial el joven- ¿y el postre? Capitán, ¿hoy es el día en el que podré tomar
los pasteles de la Rubia?
-Claro que
sí, hombre ¿Cuál quieres?
-De todos –Jappy
se levantó, paso junto a lady Chodna y el soldado francés que se hacían
carantoñas junto a la balaustrada y saltó a su navío- ¡Malditos locos! Otro día
me haré con tu barco. ¡Te lo juro, Fat!
Las risas se
extendieron por la Marabunta, la comida volvió a emerger de la bodega y el vino corrió por cubierta entre
los cantos de Mamonuth hasta altas horas de la madrugada. Tras una semana a la
deriva, y borrachos como Borought, la Marabunta avistó tierra.
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