El hospital siempre le deprimía. Llevaban años anunciando
que lo tirarían para hacer uno nuevo, pero las administraciones no se ponían de
acuerdo y aunque la Junta de Andalucía se había hecho con unos terrenos, el
nuevo hospital parecía destinado a tener el mismo fin que otras obras de la
ciudad: ni comenzarse. Odiaba el olor que desprendía el Puerta del Mar, mezcla
de medicamentos y de la pintura fresca que cubría las deficiencias aquí y allí.
Navarro estaba sentado en la silla del control de la 5ª planta, esperando que
Elena fuese conducida hasta allí. Miraba por la ventana mientras jugaba con un
bolígrafo golpeando la mesa. Echevarria entró antes que la chica, con un par de
cafés en vaso de cartón.
-¿Qué
explicación dará para estar con el taxista?- le preguntó Navarro mientras
quitaba la tapa de plástico y echaba el azúcar- ¿alguna conexión familiar? –el
forense se encogió de hombros- ¡Hombre, Elena!- dijo cuando la joven entró en
el control- tenemos muchas cosas de que hablar, por favor toma asiento. Y dinos
¿de que conoces al taxista?
-Nos conocemos
desde niños, es casi mi hermano. Vivíamos en la misma casa y cuando mi madre
trabajaba me iba a la suya, o al revés. ¿Porqué le habéis llamado y que le
habéis hecho?
-Ya sabes para
que le hemos llamado. Lo que no esperábamos era esa relación familiar contigo.
Y eso me lleva a preguntar ¿conoces a los demás taxistas?
-Si, claro.
-¿Claro?
-Trabajé en
teletaxi un par de años…
-Y se te olvidó
decírnoslo –le cortó Echevarria –Eso lo cambia todo. Sobre todo con éste
hermano tuyo.
-¿No estaréis
pensando que él pudo hacerles daño a…? Nunca le he visto enfadarse, ni levantar
la voz. Jamás. Podría, ya habéis visto su tamaño. Pero nunca fue violento.
Además ¿Qué razón tendría para hacerlo?
-¿Amor? –Echevarria
sorbió su café sonoramente.
-¡Imposible! –gritó
Elena –Es gay. Nunca ha querido nada conmigo.
-Quizá la razón
sea otra –dijo Navarro pensativo, sin apartar la mirada de la ventana- quizá
tenía miedo de que ellos te alejarán de él. El miedo a la soledad siempre ha
sido muy grande.
-Tiene pareja,
Mikel, es inglés. Azafato de vuelo. Viaja mucho, pero pasan largas temporadas
juntos. Es lo bueno de sus trabajos, que pueden organizarse las vacaciones para
estar uno con el otro. No, no. Los celos o la soledad no son motivos.
-¿Tuvo problemas
con sus compañeros alguna vez?
-Nunca que yo
sepa. Ya le he dicho que es un hombre tranquilo y pacifico.
-¿Nunca abuso de
su corpulencia?
-Jamás.
-¿Está segura? –Navarro
dirigió la mirada a Echevarría, no le gustaba el tono que estaba tomando el
interrogatorio de su amigo.
-¡Ya le he dicho
que nunca!
-Discúlpame,
pero me cuesta creerla…
-¿Es alérgico a algún
medicamento?- cortó el inspector –No comprendo como el otro taxista pudo
derribarlo, y mucho menos con su corpulencia. Pero aún es más extraño que no
haya recuperado la conciencia.
-No, no, … que
yo sepa no. Quizá Mikel sepa algo…
-¿Está ahora en
España?
-Esta mañana
aterrizaba en Madrid desde Nueva York, supongo que habrá leído mi mensaje y
vendrá rápido para aca.
-Está bien,
Elena- concluyo Navarro – en cuanto llegue o se ponga en contacto con usted háganoslo
saber. También querríamos su número de teléfono –la chica rebuscó en la lista
de contactos del móvil hasta dar con el-. Gracias. Creo que puede volver junto
a su amigo.
La vieron
marcharse, y Navarro volvió la mirada a Echevarría.
-¿A qué ha
venido eso? Bastante mal lo está pasando: han desaparecido dos personas a las
que amaba y su amigo está tirado en una cama sin dar señales de recuperarse.
¿No crees que ya está sufriendo demasiado?
Echevarría
estaba rehaciéndose la larga y canosa trenza que le caía sobre el hombro.
Levanto los ojos con parsimonia antes de hablar:
-¿Ya no te
acuerdas del caso de la lista? Cuando mataron a las dos chicas detrás de la Cárcel
Real dijiste algo que se me quedó marcado: cualquiera puede ser un asesino. Hay
demasiado dolor alrededor de esa chica. Demasiado incluso para la más tétrica de
las películas. ¿No te resulta extraño? Niégame que sea sospechoso. Estoy seguro
de que hay algo más de lo que está dispuesto a contarnos y tendremos que
presionarla. Olvídate del resto de taxistas, ya sabemos qué pasó allí dentro. Lo
tenemos grabado, aunque no se ve todo, me lo han mandado al móvil hace un rato,
y es claro: este –señaló la puerta que daba a la calle- se cayó al suelo por durante
la pelea entre los otros dos. Nadie le golpeó, simplemente se desplomó y se
golpeó con la mesa. Está fuera de plano, pero algo o alguien debió entrar en la
habitación. O algo raro pasó con él. ¿Viste la cara de estupor de ese pobre hombre?
En el video está mirando al fondo de la sala, y su rostro se desencaja antes de
que cayese al suelo nuestro amigo.
-¿Estás diciéndome
que alguien entró en la sala de reuniones e intentó matar al taxista? Eso
explicaría el miedo de sus compañeros, pero aún así hay algo que no cuadra.
¿Quién lo haría? Y, sobre todo ¿cómo?, la puerta estaba vigilada.
-¿Confías en
todos nuestros compañeros?
-Por supuesto…
El silencio se
hizo incomodo entre los dos hombres.
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