Y pese a todo siempre hay tiempo
de reír, un resquicio luminoso que se cuela entre las rendijas de la existencia.
El murmullo supremo de los amigos, de la familia, del vivimos y, al menos, nos
queda el otro. El hermano que llora penas a tu lado y lanza carcajadas al
viento. El viento que devuelve risas que parecían perdidas; risas que conllevan
recuerdos de sueños que creíamos olvidados y que aún anidan en nuestras almas.
Almas que brincan ansiosas en busca de una felicidad que sigue estando
escondida en el más profundo resquicio de la conciencia. Son tiempos duros,
pero hasta en el peor de los momentos la vida sigue adelante; los anhelos, los
sueños, las ilusiones sobrevuelan el pesimismo y nos lanza a vivir sin miedo,
sin lágrimas surcando ojos que no deben llorar más que de felicidad. Vivimos y
eso es mucho. Perdemos lo que teníamos pero nos queda lo básico: sentarse en
una plaza con viejos amigos que viajan a un pasado cercano y al futuro más
lejano.
No es tarde, hay opción. Opción
para luchar por el futuro; opción para cumplir nuestros sueños; opción para
reír a media tarde; opción para romper las cadenas del paro y la miseria. Hay
tiempo para buscar otro tiempo, para correr hacia delante alejándonos de un
presente que se olvida del hombre para mirar el euro. Hay tiempo de huída, de
cambiar nuestros hábitos, de decidir qué es lo realmente importante en nuestras
vidas. De luchar por lo que creemos. De reír junto a los nuestros.
Y, pese a todo, aún hay
tiempo para la esperanza.
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