Si algo tiene Inglaterra para ser enviado son sus museos. Hablar del British a estas alturas es poco más que delito, pues el expolio realizado por las tropas inglesas a lo largo de sus guerras coloniales lo convierten en, quizá, el mayor contenedor arqueológico de mundo. Pero, además, los ingleses saben sacar oro de dónde no hay más que cobre. Eso pasa en Straford, cuna de Shakespeare, en la que las diversas casas del genial autor están abiertas al público recreando como debió nacer, vivir y morir el inmortal padre de Hamlet. Y con ellas, jardines y parques, cementerios e iglesias permiten la entrada de los visitantes –previo pago en muchos casos- a los lugares que pudo recorrer. Y todo ello con reproducciones y poco original pero, eso sí, acompañado de guías voluntarios que con gran precisión y mucho esmero cuentan lo aprendido sobre el personaje y su época. Y, recorriendo el pueblo y visitando cada una de las casas y la tumba de Shakespeare, uno se pregunta ¿no podría tener Cádiz una casa-museo de Manuel de Falla? Y sí que se podría, pero aquí eso no parece llevarse.
Pero no es solo la explotación
del “nada” que tenemos en Straford. Si visitan Londres les recomiendo que pasen
por el Museo de Londres (algo así como el Museo Municipal), donde podrán
recorrer la historia de la ciudad desde época romana hasta la actualidad. No
esperen encontrar grandes restos, desde luego no verán nada que no puedan ver
con mucha más calidad en los museos españoles, pero si lo verán de forma
diferente. Los museos ingleses parecen partir de una premisa diferente a los
españoles: no muestran, enseñan. Y eso conlleva recreaciones en las que se
mezclan originales y copias pero que te hacen detenerte ante ellas y comprender
mejor como se vivía o para qué servían determinados instrumentos.
Otro aspecto interesante de los
museos ingleses es la interactividad, pensada principalmente para que los niños
no se aburran pero que también permiten a los “adultos” pasar un rato
entretenido. Y junto a los juegos interactivos, no es raro encontrarse con
pistas escondidas para que los más pequeños recorran su propia ruta del
tesoro entre los restos mostrados. Todo aderezado con videos, recreaciones del
Londres victoriano, maquetas y un sinfín de vitrinas que llevan al
turista/espectador a conocer la historia de la ciudad que visita. Una lástima
que ese modelo museístico, alejado del mero expositor de piezas, no esté
presente en nuestra propia tierra porque logra convertir un museo mediocre en
un lugar en el que pasar varias horas sin resultar pesado.
Comentarios