Michaella estaba sentada en la
silla, con la mirada ausente fija en la pequeña ventana que permitía la entrada
de luz en la oscura sala del tanatorio en la que se encontraba. Aún no había
llegado nadie y dudaba de que llegase a ocurrir pues su ex marido, Dimitri,
había tenido pocos amigos a lo largo de su vida y, peor aún, pocos le habían
sobrevivido. Sus hijos hacía mucho que no iban a visitarlo, claro que los dos
mayores también habían muerto ya, y el resto no aceptaba que su padre se
hubiera casado con ella. Echaba en falta a su esposo, su sustento, cierto que había
sido un hombre huraño, cascarrabias y egoísta, lo que no le impidió correrse grandes juergas
en las mejores –y hasta en las peores- salas de la ciudad.
Recordó la primera vez que lo
vio, fue en la Magdalena, una sala de tercera en la que bailaba viejas
canciones de Charleston y Ragtime. Formaba parte del coro y la estrella se
contoneaba entre divertida y sensual paseando entre mesas atestadas de jóvenes
y viejos, acariciando sus rostros, jugando a que creyeran que podrían tomarla. Todos
menos él. Dimitri sabía que podría tener a cualquier mujer para pasar una sola
noche, pero aquel día parecía buscar algo más. Ignoró a Asther y fijó su mirada
en ella. En el segundo baile no pudo reprimirse y se adelantó entre las mesas
para llegar hasta su lado. Todas le conocía: por su gran fortuna y por la
amplitud de su bolsillo para según qué cosas. Se decía que buscaba una nueva
mujer que calentará su cama cada noche y ella estaba harta de la vida que llevaba
desde que su padre la echase de casa tres años antes.
No era una puta, nunca lo había
sido y jamás se fue a la cama por dinero. Pero Dimitri, nunca supo la razón, le
causaba ternura y, en cierta forma, le atraía. Y aquella noche decidió dar el
salto, bailando se acerco hasta él, le acarició la mejilla y se la besó, pero
él la apartó cuando buscó sus labios. Nunca se había acercado a un cliente y,
la primera vez que se atrevió, el viejo la rechazó. Aquello le dolió más que
cualquier otra cosa, se volvió descargando su rabia en Esther, que estaba en el
momento álgido del número. Y fue en ese preciso instante cuando Dimitri la
llamó. No por su nombre, ni siquiera de forma cortés, simplemente gritó un “Eh,
tú” Y eso cambió su vida.
La primera noche que pasó con él,
en un lujoso hotel de Barcelona, pensó en su madre. Y ahora allí, con Dimitri
convertido en polvo y recluido en una pequeña urna de madera roja, volvió a
pensar en ella. ¿Acaso su madre no había hecho lo mismo? Estaba segura de que
no amaba a su padre, sólo su cuenta corriente, y ella había hecho lo mismo. No
se sentía orgullosa de haber camelado al viejo empresario, pero los ocho meses
que llevaba siendo la esposa de Dimitri habían sido los mejores de su vida.
Retiró la mirada de la ventana, para acercarse a la urna e insultar al difunto
en su descanso eterno.
-¡Maldito hijo de puta! ¿Por qué
tuviste que morirte justo ahora? Aún no había disfrutado lo suficiente de tu
compañía y ya te has ido.
-Quizá porque rondaba los 100 años…
-Esther acaba de llegar. La antigua estrella del Magadalena había terminando
siendo amiga, –y no había noche que no le calentases, así que lo has quemado…
¡literalmente!- concluyó acariciando la urna.
-No digas eso, sabes que
llevábamos mucho sin hacer el amor, ya no había nada que le despertara el
apetito –guardó silencio durante un instante y se dejó caer en una silla junto
a la mesita cubierta con un paño negro que sostenía la urna-. Ahora no tengo a
nadie. Él me ha dado mucho este tiempo. Sé que sólo han sido 8 meses, pero
había puesto muchas ilusiones en nuestro matrimonio.
-Habías puesto muchas ilusiones
en su cartilla, querida, que a mí no me engañas. Lograste lo que todas
intentamos: hacerte con el viejo.
-Le di todo el cariño que
necesitaba, le cuidé y me porté bien con él y él hizo lo mismo conmigo. No le
amaba, es cierto, pero ¿Qué pareja se ama de verdad? ¿Acaso no todos están
juntos por algún tipo de interés?
-Pero el tuyo era variable, hija,
que dependía de las fluctuaciones de la Bolsa.
Michaella se alejó de su amiga y
de la urna roja, mirándola de reojo con una mezcla de odio, tristeza e
indignación en su mirada mientras caminaba hasta la solitaria silla junto a la
pequeña ventana.
-¿Qué voy a hacer ahora?-
preguntó sin esperar respuesta.
-Volver a ese antro del que
saliste cuando engatusaste a mi padre.
Alzó la cabeza y vio al tercero
de los hijos de Dimitri, el segundo de los que continuaban con vida, acaba de
entrar en la sala mortuoria y se acercó renqueante –ya superaba los 70 años-
hasta la urna, seguido de su hijo que no paraba de mirar descaradamente a
Esther.
-Por fin apareces, creí que no te
importaba lo que le pasase a tu padre.
-No me importas tú- repuso-, y
eres tú la razón por la que me alejé de él. Desde que llegaste a la familia mi
padre cambió, si durante toda su vida fue un viejo egoísta contigo se convirtió
en un derrochador. En estos meses ha gastado más en ti que durante años en mí.
-¿Celos?-preguntó Michaella, pero
en el fondo sabía que tenía razón. El viejo había estado toda su vida centrado
en su empresa y su fortuna. Había tenido cinco hijos con su primera esposa, el
mayor y el cuarto ya habían muerto, y entre todos ellos le habían dado 25
nietos. Claro que 12 eran de su única hija, del Opus, que ahora vivía en una
gran casa en California.
Le gustaba pensar en ellos como
en los protagonistas de la Tribu de los Brady y cada vez que veía el cuadro que
Dimitri tenía puesto en la escalera de la casa, los veía cantando como en la
apertura de la serie. Pero al final siempre acababan riéndose de su marido por
haberse casado con ella. No los soportaba, con su aire de superioridad moral y
de pertenencia a la familia. La miraban como si fuera una cualquiera, y no les
importaba que se hubiera criado en los mejores colegios, como habían hecho sus
padres y sus abuelos. Ella era rica, o lo fue, había sido una niña de papá
hasta que todo se vino abajo, pero su hijastra –aún se reía pensando en que
tenía una hija 35 años mayor que ella- no la aceptaba. En ese momento, con
Dimitri hecho polvo, creyó descubrir la verdad: no era por el dinero sino por
el cariño de su padre. Pero ella no era rival, no buscaba su cariño sino la paz
que le otorgaba vivir junto a él.
Comentarios