Miquel dormía inquieto en su
celda cuando la luz de una vela iluminó las rendijas abiertas en la madera de
la vieja puerta. El ruido de unos pasos por el pasillo le terminaron de alertar
y cuando la puerta se abrió, el monje ya se había levantado del jergón de
pajas.
-¿Dónde está? –la voz de Men
Rodríguez se mostraba fría y autoritaria- ¡Maldito seas, Miquel! ¿Dónde está la
joya?
-No sé de qué me habláis-
respondió tranquilo- No tengo joya alguna, y aunque la tuviere no seréis vos a
quién deba dársela.
-¿A quién, entonces, se la
daríais? ¿al rey?
-Sí, Men, al rey se la daría.
-Tomad- extendió un pergamino
enrollado con el sello de la casa de Borgoña.
Miquel lo miró atónito antes de
rasgar la lacra y leer la misiva que en el se contenía:
Nos, Sancho, por la gracia de Dios infante de Castilla e León os
comunicó a vos Miquel de Cadiç, prior de Santa María do Porto, que la joya que
guardáis en nombre de mi padre el rey Alonso, décimo de su nombre, ha de ser
entregada al portador de esta misiva.
Nuestro padre el rey depositó en vos la confianza suficiente para
entregaros el mayor de los tesoros traídos de Sale. Ahora yo, su hijo y
heredero, os confió la enfermedad de mi padre cuya mente está siendo reclamada
por Dios dejando nuestro reino y la vida
de sus fieles vasallos en peligro inminente ante el ataque de los infieles
seguidores del Profeta.
Os confió, Miquel de Cadiç el futuro de Castilla y de la fe que profesáis.
Entregad la joya a quien ante vos se encuentra y Dios Nuestro Señor sabrá
corresponderos.
Yo, el rey
-¿El rey?- preguntó Miquel- El
rey es don Alonso y así será hasta que Dios lo llame a su diestra.
-No, Miquel, Dios ya ha reclamado
la inteligencia del rey. Nada de sabio queda en don Alonso, que regala el reino
a judíos y moros. Debemos detenerlo, Miquel –miró a su viejo amigo- me
ayudarás.
-Ya os he dicho que no tengo la
joya…
-No os creo -Men Rodríguez mostró
al monje el anillo del abad, arrancado poco tiempo antes del cuerpo encontrado
en la cripta –la avaricia termina por alcanzarnos a todos ¿verdad?
-Yo no… -el rostro de Miquel
mostró la verdad al soldado que, lentamente, extrajo su puñal.
-Nos os guardó rencor, yo os
convertí en lo que sois- fueron las últimas palabras del monje cuando la sangre
manchó su hábito y su alma escapó de su cuerpo.
El soldado se giró y con pasó decidido abandono la Iglesia. Bajo la advocación de la Virgen del Pópulo, en la puerta del Mar, un encapuchado detuvo su caminar.
-Está hecho, el secreto quedará oculto por la muerte- dijo Men.
-La joya cabalga hacía Sevilla. Busca al capitán, matalo y recupera lo que es mio.
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