Si hubieras nacido en Angola y no
formases parte del 12% de niños que mueren al nacer, quizá hubieras tenido
suerte y tu madre no sea una de las 1’4% de mujeres que mueren en el parto,
claro que quizá eso suponga que ella -o
tú- seáis de eses 2’1% de angoleños infectados de SIDA. Si nada de eso hubiera
pasado y vives en la ciudad, como el 52% de la población del país, es muy posible que
tengas acceso a la educación, siempre que seas niño, si eres niña la
probabilidad desciende mucho.
Pero si la mala suerte te lleva al interior del país las probabilidades de acudir a la escuela disminuyen mucho, casi mejor. El camino hasta el colegio está plagado de minas después de 30 años de guerra, la misma que ha terminado con las infraestructuras del país, que lo deja sin sanidad, sin escuelas y que impide que muchas personas puedan acceder al agua potable (un 50% no tiene acceso al agua). Además, la agricultura es casi imposible por el problema de las minas, por lo que se convierte en casi de subsistencia dejando en la costa las mayores riquezas.
Pero si la mala suerte te lleva al interior del país las probabilidades de acudir a la escuela disminuyen mucho, casi mejor. El camino hasta el colegio está plagado de minas después de 30 años de guerra, la misma que ha terminado con las infraestructuras del país, que lo deja sin sanidad, sin escuelas y que impide que muchas personas puedan acceder al agua potable (un 50% no tiene acceso al agua). Además, la agricultura es casi imposible por el problema de las minas, por lo que se convierte en casi de subsistencia dejando en la costa las mayores riquezas.
Aún así, si la suerte te ha
acompañado en otras muchas cosas y eres de esa mitad del país que tiene acceso
al agua y que vive sobre el umbral de la pobreza y no formas parte de ese
44% que sufre desnutrición, sí mañana cumples los 48 años ya estás al
borde la muerte y, seguramente seas el hombre más anciano de tu pueblo.
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