Hoy es uno de esos días que
invitan a quedarse en casa, metido en la cama o sentado en el sofá tomando algo
caliente y viendo una buena película. Pero quiere la vida que uno tenga
obligaciones, entre ellas ese otrora castigo divino que es el trabajar, y no
pueda hacerse el remolón bajo las sabanas. Eso obliga a retomar una vieja costumbre:
montar en el dos y, como me propuse no
aislarme en él para tomar lo que me gustase de este pintoresco transporte
urbano, hoy he estado al liquindoi (lease: el facebook nos hace cotillas y uno
ya necesita saber de la vida de los desconocidos) de una pareja de góticos que
se achuchaban junto a mí. Y no es que me haya dado por el voyerismo, es que
estaban literalmente junto a mí, golpeándome con sus negras maletas, pasándome su
aplastado y largo pelo por el cogote, y mostrándome sus negras uñas (pintadas,
se sobre entiende).
Pero he aquí que, llegando a la Policía
Local, el joven gótico le dijo a la jovencísima gótica.
-Te puedes bajar en Simón Bolivar
e irte andando.
-Sí, claro- respondió ella
mirando la lluvia chocar contra el cristal –en eso estaba pensando.
-um…. Claro.
-En verano, todavía, pero hoy no.
-Bueno, entonces bájate dónde
quieras… pero por separado.
Y eso hicieron, dejándome a mí y
alguno más, preguntándonos porque narices una parejita que se ve a leguas que
lo es, que comparten el autobús con otros muchos compañeros de clase y
Facultad, deciden que, terminado el trayecto del dos cada uno irá por su lado.
Quizá sea que en el fondo este autobús es un mundo paralelo al que se accede
gracias al bonobus.
Comentarios