Alburquerque paseaba por la sala
con las manos a la espalda y aquella mirada de preocupación que Cristobal ya le
conocía. El soldado había entrado para confirmar a don Juan la noticia que
estaba esperando: doña Blanca de Borbón había llegado a Valladolid para cumplir
con el acuerdo matrimonial pactado por el Papa.
-¿Cómo veis el futuro de la nueva
reina?- dijo Alburquerque de pronto.
-Mal, Juan, bastante negro se ve
el porvenir de doña Blanca –respondió Cristóbal- pues es sabido por todos que
el rey mantiene contactos con María de Padilla, la protegida de vuestra esposa.
-Nada tengo que ver con eso-
repuso enfadado el de Alburquerque- don Pedro es caprichoso y ha posado su
mirada en doña María. ¿Qué puedo hacer yo?
-Rezar a Dios Nuestro Señor para
que la boda de don Pedro y doña Blanca se lleve a cabo, pues el rey empieza a
ser repudiado en las cortes vecinas y si enemistase con Francia y el papado
temo que sería insostenible su reinado. Los nobles murmullan, Juan, y
cualquiera que tenga oídos puede oír el descontento de los grandes señores y la
persecución al joven señor de Vizcaya no ayudó a contener la ira hacia el rey.
Además, Juan, muchos son los que claman en contra del apoyo dado a las
ciudades, pues creen que perderán su poder; y muchos más los que le acusan de
defender a los judíos. Así que, mi buen conde, mejor haríais en luchar por conseguir
que la boda se realice que…
Juan de Alburquerque no le dejó
concluir, se levantó en busca del mayordomo real y ordenó que la Chancillería
se reuniese. Los preparativos para la
boda ya habían comenzado y la reina Doña María había recibido a la joven Blanca
en Valladolid, preparándola para el enlace previsto para el 3 de junio de 1353,
pero el rey se encontraba luchando contra el de Aguilar y en la corte se temía
que no volviese a tiempo. Don Juan llamó entonces a Cristóbal.
-He de pediros un nuevo favor, mi
leal Cristóbal. Marchad en busca del rey. Traedlo hasta aquí pues tenéis razón
y esta boda debe realizarse.
-Lo haré, Juan, por el reino y
por el rey- y por vos, pensó, sabiendo que el poder del de Alburquerque comenzaba
a menguar en la corte y, con ello, su propia situación en la Corte, pues desde
el ascenso al trono de Pedro y el ascenso político de don Juan, él mismo había
ascendido.
Aquella misma mañana, partió en
busca del rey, pero antes de haber cabalgado media jornada topó con las huestes
del monarca que regresaba a Valladolid.
-Majestad- Cristóbal se arrodilló
sumiso frente a Pedro –vuestra futura reina se haya en la Corte.
-No me casaré con la francesa-
respondió el rey- amo a doña María y solo a ella deseo unir mi vida.
-Mi señor- Cristóbal bajo la voz,
hablando al monarca con la confianza de los años pasados juntos- yacer con
quién deseéis, pero desposar a doña María. Pues no se tratan de asuntos del
corazón sino de Estado. No es el amor lo que prima en esta decisión, mi señor,
sino la corona.
Pocos conocen lo que transcurre en la mente de un monarca, menos
aun en la de don Pedro I, pero dos días después el rey contraía nupcias en
Valladolid con la reina doña Blanca. Y tan solo otros dos días después del
enlace, enviaba a la reina a Sigüenza, a comenzar su retiro mientras el rey
marchaba bajo las faldas de doña María de Padilla.
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