
Pero sobre todo enseñan. Con su alegría y su fortaleza te muestran la verdad. No importa cuántas cosas tengamos, siempre seremos pobres. Porque lo que realmente importa lo hemos perdido. Nos quedamos en lo material, y lo espiritual lo lanzamos por la borda, lo tiramos en una alcantarilla y dejamos que lo superfluo nos corrompa.
Pero ayer me volvieron a mirar mis niñas, me gritaron desde las fotos. Me recordaron porque estoy en Manos Unidas, porque tiene sentido sacar tiempo de dónde no lo hay por ellas. Ellas, que con sus historias me han enseñado más de lo que jamás aprenderé en la vida, se merecen todo el esfuerzo. Desde la Delegación de Cádiz lo haremos, es mi empeño personal y he tenido la suerte de que la Organización haya confiado en nuestro trabajo. Desde aquí se les construirán comedores, aulas y dormitorios que ayuden a su vida, al menos un poquillo y, sobre todo, que las saquen de ese mundo hospitalario en el que viven. Ojala podamos cumplir sus sueños, porque en ellos hoy vuelven a residir los míos.
Sueños que me llevan de vuelta a la India, a trabajar con todos esos niños que tanto lo necesitan. A volver a ese lugar mágico en el que renací y crecí, y en el que tanto, en tan poco tiempo, he recibido.
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