La vida es tan curiosa que, a veces, cuarenta años después vuelve hasta el inicio. Cambiando las personas pero manteniendo el espíritu y el lugar. Y eso ocurre estos días, cuando descubro sin asombro que el mismo lugar que elijo para desayunar, ya fue elegido por mi padre cuarenta años antes. Y coincidencias como estas me llevan a pensar en la frágil existencia de la vida. Una rueda que nos lleva por un camino marcado, predestinado a realizar acciones que se escapan a nuestra imaginación. Inadvertidamente conducidos hasta nuestro destino final.
Al menos, solo espero, que el mío se parezca en algo al de él.
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