Mankell nos trasporta a la Suecia de la primera Guerra Mundial y hace presente el miedo y la división que existe entre las clases pudientes, como Lars y su esposa Kristina, y la indiferencia de un pueblo que ni entiende ni sabe. Que sólo sabe de vivir en pequeñas islas aisladas por la barquisa cuando llega el invierno. La soledad que ya se dejaba ver en “Zapatos” viene ahora con mayor fuerza. Lars está solo, sin importar que pase grandes temporadas embarcado en navios abarrotados de hombres. Sin importar que en su soledad el solo recuerdo del perfume de su esposa le trasnporte junto a ella. Sin tocarse. Sin importar que logre acercarse a Sara lo suficiente para convertirse en “su hombre”. Cuanto más cerca, más lejos. Una esposa que aparece dibujada en pequeños retazos: un olor, el rostro sin vida de sus muñecas de porcelana, un único ataque de ira. Y un Lars que cambia ante nuestros ojos: el hidrografo racional que va dejando paso al loco que vive en sus fantasias. El hombre respetuoso que deja que la ira vaya ganando espacio en su vida, y un final marcado en piedra como lápida mortuoria de su propia exisitencia
Una vida que se carga de mentiras, de soledad, de tristeza y de muerte. Mankell nos empuja hacia ese pesimismo vital que afecta siempre a su obra y que en está ocasión gana la partida al resto.
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