Hoy me he despertado a media noche sin saber muy bien donde me encontraba. He mirado la hora y el reloj parpadeaba detenido. Me he levantado y caminado a oscuras hasta el baño. Mi reflejo se intuía en las penumbras del espejo. No me he reconocido al lavarme las manos. Sé que soy yo. No hay nadie más en la casa. Parezco cansado, muerto de sueño. He mirado el reloj sobre la repisa del baño: 3 a.m. He vuelto a la cama. He intentado recordar que soñaba antes de despertarme. Nada. Lo recuerdo claramente. No soñaba con nada. En una enorme y densa masa blanca que iluminaba mi sueño. Sólo eso. No he vuelto a dormir. He dado vueltas en la cama, esperando que el cansancio termine con mi insomnio. Pero ha vencido mi mal. Cuando los rayos del sol han entrado y bañado mi rostro, he decidido abandonar el lecho. Me miró al espejo y el cansancio marca mi rostro ensombreciendo mis ojos. He llorado. Deseando volver a dormir. Dejar de soñar con esa nada que cada noche desvela mis sueños y que durante el día duerme mi yo.
Ni Aragón, ni Cataluña, ni Valencia son entidades anteriores a la Edad Media. Hasta 1163, con Alfonso II, no se distinguirá entre reino y corona de Aragón. En la Corona tendrán cabida todos los reinos, condados y señoríos que guardan algún tipo de dependencia con el rey aragonés. Esta existencia de diversas entidades autónomas en muchos aspectos, solo es entendible desde la expansión territorial a costa de los reinos musulmanes del sur. En esa expansión los nobles irán recibiendo tierras y beneficios. Expansión que acabará chocando con la realizada por el condado catalán. Con respecto a Cataluña, entrará a formar parte de la corona después del casamiento de Petronila (hija de Ramiro II de Aragón) con Ramón Berenguer IV, conde de Cataluña, quien, a pesar de ejercer como tal, no toma el título real. Durante el siglo XIII la Corona de Aragón continúa con su política expansionista hacía el norte, pero tras el Tratado de Almizrad de 1244 y la derrota de Pedro el Católico en Muret,
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