-Charly no quiere que juguemos hoy al fútbol en su casa.
-¡Va! Siempre está igual y siempre acabamos jugando.
-Sí, pero hoy está mosca.
Y en ese preciso instante, una muñeca azul cayó al otro lado de la puerta, mientras a nuestros oídos llegaba un grito desgarrador.
-Hoy va a lanzarnos los juguetes de la hermana en vez de los tentes del hermano....
-No, hoy os voy a disparar con mi escopeta... -el Charly apareció amenazante por la puerta abierta del chalet, arma en mano, como un soldado defendiendo su puesto.
-¡Va!,-dijo Ale junto a mí- seguro que no está cargada.
¡pum!
-¡Sus muertos! ¡Está loco!- gritamos al unisono mirando como el balín se había incrustado en la columna junto a nuestras cabezas. Pero sin movernos. Allí, quietos, mientras volvía a cargar la escopeta de perdigones y nos apuntaba.
¡pum!
No vimos donde terminó su recorrido la bala, pues los dos y aún sin saber cómo, nos encontrábamos ya al otro lado del muro que separaba la casa de Ale de la calle, con aquel perro callejero que tenía, Pluto, mirándonos con cara de ¡estos marabunteros están locos! y Charly gritándonos que no volviéramos a su casa jamás.
Aquella misma tarde jugamos al fútbol en su parcela... y el final de la melodía sigue sin venir a mí.
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