
He tenido la inmensa fortuna de visitar proyectos de capacitación, siempre destinados a mujeres, verdadero motor del progreso y el desarrollo. Y como esas mujeres, de toda religión y condición, han logrado sacar adelante sus familias, sus casas, y sus pueblos. Mujeres que se han agrupado y que se forman unas a otras. En las cuatro reglas básicas, pero también en la forma de llevar sus negocios, de tratar con las autoridades, de educar a sus hijos, de tratar a sus esposos de igual a igual.
Una de esas mujeres nos dijo: “antes del programa no salíamos de casa, ahora nos organizamos” y organizadas han logrado sacar adelante su comunidad, enriqueciendo a sus vecinos y subiendo el nivel de vida de la zona. Creando pequeñas esperanzas de salir de la miseria, que no pobreza, en la que habitaban. Pequeños reductos de progreso en países en vía de desarrollo. Rayos de luz y alegría que abren puertas a quienes vienen detrás. Y el rostro visible de que la colaboración entre las gentes del Norte y el Sur da más frutos de lo que muchos puedan llegar a imaginar.
La fotografía es de una de esas mujeres emprendedoras. Dueña de la frutería que ven y de un taller de costura donde trabajan seis personas, entre ellas su propio marido.
Un ejemplo entre muchos de lo que suponen estos programas de capacitación.
Un ejemplo entre muchos de lo que suponen estos programas de capacitación.
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