Pero corren rumores, inciertos todos, de haber creado un harem en mi entorno. Pues no solo una, sino hasta tres son acusadas de cometer el pecaminoso acto del matrimonio con su dios, yo. Y claro, como mi divina presencia eclipsa a los de mi entorno, son muchos, algunos sin llegar a conocerme los que dicen, “si, si, le he visto con su novia, rubita, muy mona”. Señores, seamos serios. Siempre preferí a las morenas. Y la rubita muy mona, además de prima putativa de esta divinidad, es algo más que amiga de uno de mis compañeros en el Monte Saphon (el Olimpo ugaritico que ahora, por mor del cine, se convierte en rascacielos estadounidense).
Y las otras dos, morenas ellas, son amigas bien amadas de este que es dios antes que gordo. Lastima que en este mundo de supuestas igualdades aquellos que dicen no creer en mí, y sí en el progreso, no conciban amistad entre personas de diferente sexo. Y lo acepto. Pero debieran de pensar que yo, en mi exquisita divinidad, me encuentro por encima de insignificantes diferencias corporales ¿qué dios sería si sólo observase aquella cascara creada para ocultar la verdad?
No, mis amados fieles. No hay novia ni esposa ni harem que se precie ni aprecie. Unicamente ojos que miran sin saber. Palabras que se dicen sin conocer. Y ganas, muchas ganas, de que este dios traiga al mundo un hijo que dé su vida por todos.... pero está el mundo como para traer un héroe sólo medio inmortal.
Comentarios
Y no diga usted nombres....
jejeje... gracias por tu palabras Ico.