Pero me asusta, no se crean. Me asusta esa sonrisa que viene sin avisar porque, para que mentir, si fuese una amiga la que dijera esto mismo, sería el primero en reirme con un onomatopeyico tic-tac. Será, tal vez, que mis viejos amigos, aquellos con los que corría de niño por la urbanización se casan o tienen niños. Será, tal vez, que ver que los 30 años se acaban deja secuelas permanentes. O será, simplemente, que recuerdo aquella época como la más tranquila de mi vida, cuando mis amigos me llamaban Peter Pan como mote y no por sindromes que no padezco.
¡Malditos relojes que corren inexorablemente hasta la madurez!
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