Mi mirada vaga por un cielo cargado de esponjosas nubes. Hasta que la ventana por la que me asomo a ese mundo mágico se convierte en espejo. Reflejo de un rostro ausente y, sin embargo, siempre presente. Busco a aquella que cada noche acuna mi alma quejosa hasta dormirla con su ausente canto silencioso. Acompañando cada paso que doy, siempre viva en mi mente, en mi recuerdo, en mis sueños.
Un niño, sentado frente a mí en el último asiento del último vagón del tren, susurra a su madre:
-Mira, mamá, el hombre está llorando.
Y notó el cálido reguero de las lágrimas recorriendo mi rostro. Vuelvo la mirada a la ventana, a las nubes que se transforman, ante mí, en ella. En su mirada viva y sus ojos traviesos. En su sonrisa, en su complicidad. Su rostro convertido en dulce nube blanca, cubriendo el sol. Y su voz resuena en mi mente, como tantas veces antes.
-A ver si te echa’ una buena novia
-Si echarme, lo que se dice echarme, ya me han echado unas cuantas,.
Y el niño sentado frente a mí en el último asiento del último vagón del tren, susurra a su madre, sorprendido:
-Ahora, el hombre, se está riendo.
Y su anciano y dulce rostro me devuelve la risa desde el cielo.
Comentarios
¡Qué grandes sentimientos puede desata un pequeño soplo de belleza como el que desprenden esas líneas!
¡Y cuánto, cuánto amor nos revelas a buen recaudo en tu corazón...!