Nosotros ya habíamos dejado a la niña atrás. No vi su rostro. Ni siquiera sé si ella se dio cuenta. Pero la vieja del chándal y el perrito estaba junto a nosotros en un solo segundo. Y comenzó a hablar sin que nadie se lo pidiera.
-Es que él es así, sabes. Va por la calle muy tranquilo. Pero cuando me paro, levanta la patita y se mea. El otro día lo hizo con unos jóvenes. Yo me hice la loca, y me largué...
En ese momento, tomé a mi acompañante por los hombros y la puse entre el perro-gremlin y yo. Miré de soslayo a mi espalada y vi como la madre de la niña, que pese a todo seguía guapa, secaba el traje de la niña gordita. Nos miramos, con un “oju” en la mirada.
-Pero bueno, tampoco pasa na’. Hizo la comunión la semana pasada. Hoy sólo iba a sacarse fotos... con que no la saquen de cuerpo entero.
No pudimos resistirnos, ralentizamos el paso y, finalmente, nos echamos a reír pensando simplemente “¡esto es Cádiz!”
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En fin, como decís, como la vida misma. Pero la parte más dura de la vida misma, la niña ya no corría...