Y en aquel lugar me sentía como uno más de la camada. Tanto que la simbiosis con los animales me hizo sentir picazón en el cuerpo. Recuerdo llegar a casa, temprano como niño que era, y comenzar a rascarme. Mis primos continuaron mi ritual. Nuestros padres nos miraron, angustiados. Preguntando dónde habíamos estado. Pero nuestro fuerte era secreto y ninguno revelaríamos su posición. Habíamos estado jugando punto. ¡Que manera de rascarnos! Nos metieron bajo las duchas, pensando que algún animal se había pegado a nuestro pelo. ¡Como picaba! Filvit contra los piojos. De reojo miré a mi primo. Solidario callaba y aguantaba. Y, de pronto, algo saltó de mi cuerpo al de mi madre.... ¡Pulgas!
Nos prohibieron volver a nuestro fuerte cubierto de tres plantas y jugar con la camada de gatos. Nada pudo con nosotros. Excepto las pulgas. Al final abandonamos el lugar a su suerte. Hoy, sobre nuestro fuerte cubierto por la copa de los arboles se levanta un chalet. Pero aquello que nosotros no sabíamos que era una cárcava raja sus paredes cada invierno. Y yo no puedo dejar de sonreír al verlo. Aquel lugar mágico sigue defendiéndose del hombre.
Comentarios
Pero más allá de este tema feo, me parece precioso el juego en la cárcava. Yo tenía paisajes más urbanos de fondo, pero fomentaban la imaginación de igual modo. Lo pasaba genial.
Bonito episodio, salvo por las pulgas... o no, que eso a uno le dan más solera, no, Cathan? (empiezo a rascarme empáticamente)
Además, ese sitio era mágico. Tendrías que haberlo visto...