Sasurai observó, no sin cierto desagrado, lo que ocurría en las murallas. La lucha estaba marchando bastante bien, se las arreglaban para detener a la mayoría de invasores, y con sus golpes y piruetas inspiraban a los hombres. Muchos estarían sorprendidos de ver en combate la figura del vagabundo, más aún luchando de aquel modo. Pero ahora algo se había torcido. Aquellos tipos enfundados en pesadas armaduras parecían más peligrosos que el resto, y tenían un aura de maldad casi tangible.
Recogiendo la cadena hasta volver a empuñar su espada, Sasurai encaró a los tres hombres que se dirigían hacia él. En su otra mano sujetaba el Main Gauche, que esperaba le sirviese de ayuda, ya que se encontraba en evidente desventaja. Por una parte, eran más y mejor pertrechados. Debía confiar en su agilidad y sus habilidades para evitar los golpes, y en la muralla el espacio era limitado, y debería golpear realmente fuerte y con precisión si quería dañarlos. Por otra, estaba lo de aquel demonio que había sobrevolado la ciudad. Ahora parecía haberse detenido, pero sería preferible no excederse en el uso de sus poderes demoníacos si no quería llamar la atención.
Suspirando de manera audible y saludando con la espada bastarda, al modo de los caballeros, el músico se preparó para el combate. Apretando los dientes, algunos poderes de su parte infernal comenzaron a manifestarse. Las acostumbradas líneas rojas surgieron en su rostro, al tiempo que sus ojos se prendían en llamas y su musculatura aumentaba y todo él parecía volverse más imponente. Cuando habló, su voz sonó grave, distorsionada, como si perteneciese a otro mundo.
-¿Quien os a dicho que avanzamos hacia la muerte, caballero-la voz silbante sonaba fuerte, segura de sí misma y hasta irónica-Nosotros somos la espada que empuña la muerte, y nuestro señor, que no amo, es su más fiel servidor
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