Las murallas recibieron los primeros golpes sin inmutarse. No era la primera guerra que la ciudad había sufrido y sus dirigentes habían preparado las defensas con sumo cuidado. Pese a todo, el sonido de las piedras chocando con el suelo era ensordecedor. Pero lo peor estaba por venir. Desde el norte los trabucos comenzaron a funcionar. El primer cuerpo mutilado cayó cerca de la puerta de entrada, en unos pocos minutos el suelo se lleno de sangre y vísceras de aquellos cadáveres, que si bien no habitaban la ciudad, sin duda si habitaban el reino. Por el sur y al este se escucharon los gritos de los hombres lanzándose sobre la ciudad. Las primeras escalas se elevaron hacia el cielo, mientras desde las murallas los hombres intentaban evitarlo. La lluvia de flechas impactaba por igual a amigos y enemigos. Sin duda, aquel que estaba al frente del ejército sitiador no tenía problema en sacrificar a sus propios hombres que, poco a poco, comenzaban a llegar a las almenas.
Hombres cubiertos de pieles y con arcaicas armaduras de cuero y oxidado hierro comenzaron a acceder a la muralla. Sus rostros mostraban fanatismo, odio y miedo. Y era precisamente el miedo lo que les empujaba a la lucha. Un miedo que pronto ocupó el rostro de todos cuando un demoníaco ser sobrevoló por primera vez la ciudad.
Robbel miro a los hombres que defendían la muralla. Conocía a muchos de ellos y sabía de lo que eran capaces para defender la ciudad. Pero también sabía que alguien debía dirigirlos.
- Soldados de Frikigard! Valientes que aquí lucháis, no dejéis uno en pie ¡Acabad con ellos y la vida volverá a ser tranquila!
Su daga y espada estaban ya en sus manos y se había desprendido de su capa dejando a al descubierto la negra coraza que inspiraba a los hombres más cercanos en la lucha. Mientras algunos lo miraban con incredulidad, Robbel comenzó a entonar una canción. No se dedicaba a tirar escaleras, sólo segaba la vida de cuantos bárbaros se le acercasen en un grácil baile de muerte.
El ataque era continuado, las tropas bárbaras continuaban llegando hasta la muralla. Algunos lograban superar las defensas y entrar en el cuerpo a cuerpo con las defensas de la ciudad. Pero la mayoría caían tras los ataques del drow y de aquel extraño músico, Sasurai, que ante el incontable número de escalas y la lucha en las almenas se movía con agilidad entre los hombres de la guardia, apoyando y ayudando, tratando de derribar alguna escala y evitando por todos los medios ser herido.
Pero, de pronto, el cielo se tiñó de amarillo, y ni el miedo impidió que los bárbaros dejaran de avanzar. El aceite cayó como agua sobre aquellos cuerpos, ya cansados y exhaustos. Parecía que el ataque se frenaría en aquel lugar. Pero la extensa muralla aún mantenía frentes abiertos y en algunos lugares los bárbaros habían logrado tomar el adarve. Al norte volaban cuerpos y vísceras sobre los defensores, al este y al sur se producía el asedio. Solo el oeste se mantenía en calma.
Así se mantuvieron durante un tiempo, finalmente, cuando las moscas ya comenzaban a formar densas nubes sobre los cuerpos caídos en la muralla, las maquinas volvieron a sonar. La primera vasija se rompió al estrecharse contra un merlón, y su carga -vísceras de animales- impregnó el adarve de la antepuerta. Parecía como si el enemigo quisiera llevar la muerte al interior del recinto, pero lo peor era que, en caso de que el asedio continuase mucho tiempo, las infecciones comenzarían a afectar a la población.
Comentarios
Un saludo.
Gracias por el aviso.
Por cierto, muy buena la historia de pedro el pirata...me la lei tod el otro dia...muy interesante ^^