No hablaré de las interpretaciones, solo comentar que la historia hubiera ganado en intensidad con un actor más carismático que Rhys Meyers. Quien, como decía una amiga, seguía siendo el Enrique VIII de los Tudor –alguna escena, como cuando se encuentra con Michelle Yeoh, que da vida a una aristócrata china dedicada a la venta de opio, podría incluirse en la serie si no fuese por el vestuario-.
Pero lo mejor de todo es la cercanía a la historia real: Hogg existió y era periodista; la escuela existió y llegó a adoptar a cuatro niños; recorrieron el camino huyendo de los japoneses, y la cuarta no se la cuento porque los finales no deben estropearse jamás, pero ni eso es del todo real. Todo lo demás, es falso. Una mentira al servicio de un héroe británico afín al comunismo. Un rara avis de esos que han quedado ocultos por la historia. Por eso da rabia que las verdaderas peripecias de Hogg hayan quedado silenciadas. Déjenme darles un consejo: echen un ojo a su verdadera historia y comprobarán que la película habría ganado mucho. Y, eso sí, recuerden una filosofía de vida que crece en Hogg y se recoge en la película y que debería marcar nuestro devenir diario:
Estando armado pero sin armas pueden ganarse grandes batallas
Sin duda, esa frase escrita en un pequeño papel y que aparece reflejada un solo instante en la pantalla, es la mayor de las verdades contadas en la película.
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