No sabíamos que hacer. Lo reconozco. No solíamos hacer ese tipo de cosas. Sí, nos gustaba el cine y, de vez en cuando, aprovechábamos la sordera del abuelo del Hetero para ver alguna película que no se nos permitiese ver en casa. Pero de ahí a esto había un trecho. Además, el acomodador nos conocía, éramos de los pocos jóvenes –por no decir niños- que seguíamos yendo al cine en el viejo Multicines Nuevo, y no nos parecía bien hacerlo. Nuestros padres eran duros, de férrea disciplina. Pero aquello era una oportunidad única. Así que sí, lo hicimos. Nos colamos en aquel cine, aprovechando un descuido del taquillero y nos sentamos, medio escondidos, en la parte alta de aquella sala con asientos de madera para ver a Lulú.
-Seguro que a María le hubiera gustado esta pelí... pufff... vaya gilipollez... no entiendo que hacemos escondido para ver esta película- comenté en un susurro antes de casi morir del susto cuando Juanito, el acomodador, me golpeó con la linterna en la cabeza.
-Todo el mundo ha visto la película de las “Edades de Lulú”, en el colegio no se habla de otra cosa... ¡teníamos que verla! –el Hetero, como siempre, llevaba la voz cantante mientras Juanito comenzó a reír a carcajadas.
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