Lacueva me miraba de reojo, preguntándose qué narices me pasaba. Y yo seguía a lo mío, riéndome, mirando por la ventana y escribiendo. Los nervios, supongo. Lo cierto es que, después de una de mis eternas miradas por la ventana, al posar mis ojos sobre el examen, éste no estaba. Busqué con la mirada por el suelo, pensando que lo había tirado. Como supondrán, mi sonrisa desapareció y los nervios cobraron mayor protagonismo. Una risa soterrada a mi derecha, me llevó a mirar a Lacueva. Llevar juntos desde los dos años nos permite hablarnos sin pronunciar palabras. Sus ojos lo decían todo:
-¿Vas a dejar de reírte?
-Devuélvele mi examen- decían los míos.
-No sé, no sé....
-Que si te cogen nos echan a los dos y yo pasó de irme a estudiar a Navarra.
-Jodeteeee
-Tío, devuélvemelo.... por tu madre, por la mía, o por la madre que parió a Cañizar, pero devuélvemelo.
A todo esto, mi mesa estaba limpia, Cañizar levantaba la cabeza, preguntándose que pasaba al fondo, pero sin llegar a levantarse a ver que ocurría. O, tal vez, sin querer saber. Y yo, blanco, como el verde de mi mesa. Esperando, tamborileando con el bolí sobre la mesa, que era pala. Jugueteando con el único papel que tenía en ella. Al final Lacueva me devolvió el examen. No sé si llegó a copiarlo o no, creo que no, que solo lo hizo por jugar un rato. Pero el susto, aun lo tengo en el cuerpo. De mi cabeza no se iba la idea de que, por un simple juego, podría haber estado en la calle tras mi primer examen. Piensen ustedes que yo venía de Ríolete y pensaba que
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