Al igual que
ocurre con el concepto “Cultura”, la gestión cultural se carga de interrogantes
a la hora de comprende y acometer su contenido. Partiendo de la premisa de la
complejidad del tema abordado, que ha quedado reflejado en el centenar de
comentarios surgidos en el debate inicial, queda preguntarse qué es la gestión
cultural, para qué sirve y a qué sector cultural se dirige, pues como recogía
Eloy Jusado al inicio del debate “…los elementos
característicos a cada subsector condicionan con claridad la gestión de los
mismos…” lo que convierte el concepto “gestión
cultural” en algo excesivamente amplio que impide, en gran medida, cercar el
campo sobre el que trabajamos.
El debate sobre la gestión cultural
lleva demasiados años abiertos, y el debate realizado en la web de la
asignatura no ha servido más que para poner de manifiesto lo poco que se ha
avanzado desde que en los años setenta/ochenta el término comenzase a cobrar
fuerza en España de la mano de las políticas culturales de las diversas
administraciones, así como de la aparición de una legislación estatal
encaminada a estimular el movimiento cultural con las leyes de patrocinio y
mecenazgo. Esto hace que sea complicado establecer una respuesta adecuada a las
preguntas planteadas, ya que el marco y las prioridades políticas influirán en
el objetivo de la gestión cultural. Ejemplo claro podemos observarlo en las
intervenciones de Elsbeth Lenz y Jorge Fernández-Miranda al respecto de las
políticas estatales en México encaminadas a vincular cultura y educación, pero
estableciéndose que “toda política cultural debe rescatar el
sentido profundo y humano del desarrollo. Se requieren nuevos modelos y es en
el ámbito de la cultura y de la educación en donde han de encontrarse”. Sin embargo, mi propia experiencia
personal, me lleva a encontrarme a nivel local políticas dirigidas al
establecimiento de una gestión del patrimonio inmaterial popular, que en el
caso gaditano, hace referencia la Carnaval. Buscando obtener un rendimiento
económico para la administración pública de una actividad popular y, en el caso
de Cádiz, tradicionalmente vinculada a la calle y que había estado libre de
injerencias políticas. Y que, en la actualidad, tras dos décadas de gestión
administrativa, se ha convertido en una de las principales industrias de la
ciudad. Cabe preguntarse, sin embargo, si estamos ya ante una gestión cultural
integral o si el concepto no tiene cabida para ello.
Aun así, la gestión cultural debe, como
se refleja en el video de “Tres preguntas sobre la gestión cultural” (A.
Martinell) “crear un plan de acción para alcanzar metas, transformando la
realidad”. Y es este el aspecto fundamental que unifica la gestión cultural,
pues sin importar que consideremos por cultura, si trabajamos sobre cultura
material o inmaterial, si seguimos directrices de administraciones publicas o
privadas, o si se realiza con o sin fines comerciales, todo gestor cultural
debe establecer un plan de trabajo que aquello sobre lo que trabaja cumpla el
objetivo para el que fue realizado. Y que, volviendo al caso gaditano, existe
lo que nos lleva nuevamente al punto de partida ¿Qué es la gestión cultural?
Esto nos lleva a recuperar las palabras de
Juan Antonio Morera quien defiende “el
papel del gestor cultural como canalizador de los intereses económicos de las
industrias culturales ya que la
producción cultural es una inversión de riesgo a la que el gestor cultural ha
de ayudar a una mejor distribución de los recursos” y, sin duda, debe ser
este el papel principal del gestor. Ya que el gestor cultural debe coordinar el
capital y el producto, contando con un plan propio de actuación adecuado y
especifico para cada caso, ya que el ámbito cultural es tan diverso como
complejo.
Así, aquí solo puedo aportar es mi
propia experiencia desde los diversos campos en los que he trabajado: como
bibliotecario, como coordinador de proyectos de una universidad americana y
como escritor, tres actividades que, además, se contradicen en sus objetivos:
1º.- Escritor/autor. Como
escritor, es decir, como objeto del trabajo de un gestor, deseo que este (y un
editor debe serlo en cierta forma, un agente literario lo es) me permita estar
presente en diversas actividades, en medios de comunicación, que me sitúe en el
panorama cultural... y todo esto sacando rédito económico propio. Es decir, el
gestor debe ser precisamente eso: un gestor de mi tiempo y que, con lo poco o
mucho que yo pueda ofrecer, me logre beneficios al menor costo posible.
2º.- Como bibliotecario, he
necesitado realizar actividades de fomento de la lectura, charlas con autores,
encuentros literarios, clubs de lecturas... muchas veces dirigidos a los más
pequeños. Esto supone, por tanto, que el gestor cultural debe estar más
encaminado al fomento de la cultura que a la obtención de beneficios,
apartándose así de la figura comercial/industrial que si tiene en otros
ámbitos. Además, debe estar sujeto a las políticas de la administración
públicas y sujetas a unos requisitos de calidad que no siempre van acompañados
de los fondos necesarios para la realización de los eventos.
3º.- Coordinación de
proyectos de digitalización. El tercer caso es aún más complicado. Pues aquí
soy yo quien debe estar al frente de la gestión de proyectos culturales, en
nuestro caso encaminados a poner en valor -fea expresión- bibliotecas casi desconocidas
y fondos únicos. El destinatario final es un investigador que no pagará por los
servicios que prestamos, pues todo lo que realizamos tiene un destino libre de
cargas. ¿Qué conlleva esto? Que como gestor debo organizar el trabajo,
establecer los limites, controlar la legislación española y americana sobre la
materia (sin perder de vista la normativa europea), localizar las mejores empresas,
servir de intermediario entre mi universidad y las bibliotecas, y convencer a
los directores de la bibliotecas que tienen un patrimonio que puede darles
beneficios gracias al uso de las nuevas tecnologías.
El único rasgo en común que poseen las
tres acciones reseñadas, es la necesidad de un plan especifico y una
coordinación entre las partes pero ni el objetivo –aunque en el segundo y
tercer caso puedan parecer similares-, ni el objeto son el mismo.
Así que después de leer muchas opiniones de
personas que se dedican a la gestión cultural, de mi propia experiencia
personal, de haber leído los textos, ... solo me queda decir que no
sé que es, ni que debe ser, un gestor cultural. Sobre todo porque se une un
último condicionante: creo que la cultura debe ser accesible a todos (lo que no
quiere decir gratuita) y eso conlleva una política de subvenciones que es mala
para todos con el sistema actual ya que obliga a estar sujeto a los vaivenes
políticos o termina siendo desvirtuada y convertida en una industria más. Una
industria existente desde hace miles de años, ya que, cuando Fidias es
contratado para construir el Partenón, está poniendo su arte al servicio de la
sociedad, pero también se ha convertido en un trabajador más. Así la cultura se
prostituye al comerciarse con ella, y vemos como autores contemporáneos
defienden que esa degradación supone el fin
de la cultura como hasta ahora la conocemos. Recientemente el escritor
Juan José Millán defendía en su artículo “Un ataque político a las formas de
vida” (El País, 26 de diciembre de 2013), que “o es consumo o es cultura” y se
preguntaba si debemos darle a la cultura y a la educación el tratamiento de un
bien consumible; para responderse que no lo creía ya en ese mismo instante “las
reducimos a la categoría de lo prescindible".
Y el establecimiento de una industria reglada y reglamentada
por el Estado –que abarca desde los derechos de autor hasta las compensaciones
económicas a las que deben hacer frente los usuarios finales del producto– nos
llevan a concluir que la cultura, en el siglo XXI, es un producto más de
consumo que se ve afectado, por tanto, por la ley de oferta y demanda, por los
vaivenes económicos y políticos y las crisis global que sufre la sociedad.
Siendo necesario, por tanto, una figura que gestione los recursos existentes
mediante planes de trabajo específicos y con la especialización necesaria en el
trabajo a realizar.
Pero, después de todo lo dicho, la única conclusión sigue
siendo la enorme dificultad de definir con precisión qué es la gestión cultual.
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