Navarro echaba de menos a su
viejo compañero. Hubiera disfrutado de un caso como aquel, y, además, siempre lograba que
aquellos momentos escabrosos tuvieran un punto de diversión. Pero ya estaba
retirado del todo y poco podía hacer por él. Esperó apoyado en una de las columnas
de la fachada de la Iglesia a la llegada
de Márquez, la juez Benítez y los forenses. Observó, sin sorpresa alguna, como
varios periodistas habían llegado ya a la iglesia, incluso antes que sus
compañeros. No le extrañaba, desde un tiempo
atrás la prensa parecía adelantarse a la policía siempre, sobre todo si
podían encontrar carnaza con la que alimentar a sus masas de seguidores, ávidos
de sangre, lloros y tristeza ajena.
No habían transcurrido ni cinco
minutos cuando descubrió a Márquez caminando calle arriba. Se había detenido y
observaba el balcón del edificio en el que había vivido la niña y, cuando llegó
a su lado supo, sin necesidad de hablar, que los dos pensaban lo mismo: si
encontraban a la niña allí enterrada, habrían cerrado el caso abierto mucho
tiempo atrás, pero abrían la puerta a un campo de minas del que no podrían
salir.
El forense llegó junto a la juez,
en un coche negro de la policía nacional, y seguidos de una furgoneta. Sonrió pensando
en lo que habría dicho Echevarría de haber tenido un laboratorio móvil para sus
investigaciones. El viejo forense parecía un niño la mañana de reyes cuando
lograba hacerse con alguna nueva herramienta para su viejo y destartalado
laboratorio gaditano. Pero los tiempos cambiaban, y los medios también. Se
saludaron con un leve apretón de manos y se dirigieron al callejón donde les
esperaba el párroco. El hombre, joven y de aspecto jovial, parecía envejecido
desde que tres días atrás le comunicasen la orden de abrir la tumba. Y, cuando
la prensa gráfica apareció tras los policías, se giró y se adentró rápidamente en
la sacristía.
-No llevo mucho tiempo aquí –dijo
a modo de saludo- y ahora me encuentro con esto. He buscado, como me pidieron,
en los archivos parroquiales cualquier referencia
a Pietro. Les seré sincero, no he encontrado mucho y lo poco que he visto no me
ha gustado –le tendió una carpeta a la juez que, sin abrirla, se la cedió a
Navarro-. Son copias, como saben los originales no pueden salir del templo si
no es con orden judicial… que supongo que la tendrán de inmediato, claro.
-No se preocupe, creo que por
ahora nos valdrá con esto. Pero, dígame ¿Qué es eso que no le gusta?
-Las entradas de dinero. Eran
cantidades realmente altas y la parroquia no mostraba la riqueza que esos datos
parecen mostrar. Es cierto que la zona es pobre, pero no marginal, y en
aquellos años Cáritas no tenía las necesidades actuales. Aún así hubo que
recurrir a préstamos para poder dar algunas ayudas y la propia iglesia se caía
a pedazos. Tanto que mi antecesor pidió un préstamo bancario que aun pagamos
con sufragio popular. Los feligreses siempre han apoyado la iglesia, no hay
queja con eso.
-Entonces ¿está insinuando que el
dinero se lo quedaba el párroco?
-¡Oh!, no, no… si conociesen al
padre Julián sabrían que no era de esas personas. Además, las cuentas estaban
firmadas por el ecónomo, nunca por él párroco. Eso sigue siendo igual. Y suelen
ser muy meticulosos, tanto que podrán ver que cada poco tiempo salía una
partida de ayuda a nombre de la Iglesia misionera y necesitada. Nada fuera de
lo normal, sino fuera porque no coincide el destino de las transferencias. Alguien
movió dinero desde aquí, eso es lo que no me gusta nada.
Márquez y Navarro se miraron,
todo comenzaba a cuadrar en la relación de Pietro con la zona. No era más que
una tapadera, por eso debía invertir también en el barrio y no solo en la
iglesia. Quizá, incluso, encontrasen más cuentas oscuras en la zona. Habría que
investigarlo, pero ahora tocaba abrir la tumba.
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